Si bien es cierto que la leche de vaca contiene altos niveles de calcio, el mismo no es completamente asimilable por el ser humano. En su lucha por procesarlo, el organismo termina depositándolo en las articulaciones (generando artritis, artrosis, reumatismo, entre otras enfermedades).
Por otro lado, la leche de vaca posee niveles de hierro inferiores a los requeridos por el ser humano. El calcio y el hierro son minerales sinérgicos, lo que significa que debe existir un equilibrio entre ambos en nuestro organismo para su asimilación. Como sus niveles son adecuados para la vaca, pero no para el humano, ambos no son asimilados correctamente. Se cree que este desequilibrio pueda ser el origen de diversos tipos de cáncer.
Adicionalmente, en la leche de vaca hay muchísima más caseína que en la leche humana para que los terneros desarrollen huesos mucho más grandes. Este exceso produce en el ser humano una gran cantidad de flema (moco), como mecanismo de defensa para librarse de estas toxinas. Este moco genera catarros, alergias, otitis, trastorno de tiroides, obesidad.